A lo largo de su vida, la composición de una familia va cambiando, al igual que también cambian las relaciones interpersonales que en ella se establecen. En toda familia se dan situaciones de crisis como muertes, pérdidas de empleo, cambios de hogar y los cambios evolutivos de los hijos, como por ejemplo la entrada en la adolescencia o su emancipación cuando son adultos.
Son estos cambios y transiciones lo que conocemos como ciclo de vida familiar, conformado por diversos momentos por los cuales van atravesando todos los miembros de la familia, quienes van a ir compartiendo una historia común.
A lo largo de todo el ciclo vital de la familia, tendremos la oportunidad de continuar aprendiendo como personas, hijos, hermanos, pareja, padres- madres y abuelos y abuelas. De nuestro compromiso, esfuerzo, sacrificio y responsabilidad depende en parte el futuro bienestar de nuestro sistema familiar y social.
Es enriquecedor, que entendamos la familia como una entidad unitaria, dinámica, cambiante y en adaptación constante. La pareja es importante que continúen teniendo sus espacios individuales y de encuentro donde sigan proyectando de forma ilusionante.
En su función de padres y durante el crecimiento de la familia, tratar de proporcionar a los hijos las necesidades básicas de soporte, apoyo y orientación para su desarrollo personal y social, a la vez que los hijos vayan aprendiendo a compartir, confiar, negociar, respetar y desarrollar habilidades sociales entre sus iguales. De este modo la persona, el matrimonio y la familia irán progresando en el crecimiento armónico fuente de felicidad
De este modo, la familia transcurre, desde su confección hasta la desaparición, por varias fases. Se sabe que la vulnerabilidad para afrontar dificultades en la relación familiar es mayor en los cambios de etapa, y precisamente es en esos momentos cuando deberemos prestar más atención a nuestra actitud personal y al funcionamiento de la familia. Y si detectamos que necesitamos ayuda y asesoramiento, no dudar en pedirlo.
La primera etapa: diferenciación con la familia de origen. Se inicia cuando nos diferenciamos de nuestra familia de origen, aunque mantengamos nuestro vínculo emocional con ella. Nos adentramos en nuestro desarrollo como persona adulta cultivando nuestra identidad propia. En esta etapa generalmente se puede caer en la inmadurez psicológica personal y de relación, manteniendo una dependencia emocional alta con la familia de origen.
La creación de la familia nuclear. Tras desarrollar esta etapa, nos adentramos propiamente en la fase de creación de nuestra familia nuclear. Los retos irán claramente dirigidos a buscar y encontrar nuestra pareja, y mediante el conocimiento mutuo, iremos configurando una relación con ajuste de intereses, necesidades y demandas, basada en un compromiso, que se convierta en los cimientos de la posterior construcción de la familia. En este periodo, la dificultad de crecimiento de la familia estriba en la falta de asunción del auténtico compromiso y, de nuevo, la falta de independencia de la familia de origen.
El nacimiento de los hijos
Estudios recientes afirman que el nacimiento del primer hijo repercute en una disminución de la satisfacción conyugal. Una pareja sin hijos vive de forma diferente a una con hijos pequeños, por lo que el cambio en el modo de vida puede ser costoso de asumir.
En la familia con hijos pequeños, la pareja tiene mayor dificultad para encontrar espacios de encuentros de pareja. Se inicia todo un baile de adecuación y búsqueda de equilibrio entre las necesidades parentales y las conyugales.
La familia con hijos adolescentes
La siguiente etapa, la de las familias con hijos adolescentes, probablemente sea el periodo donde más dificultades encuentra la familia en su crecimiento, aunque también supone un reto extraordinario que superar. Es fundamental aprender a combinar los anhelos del adolescente -propios de su etapa vital personal- con la dinámica y normativa de la unidad familiar, de modo que los padres sepan adaptarse con flexibilidad a sus épocas de cambio y mantengan una comunicación fluida y cercana con los hijos.
Es imprescindible que esta adaptación no se prive de un enriquecimiento de la comunicación de pareja que genere seguridad. Las dificultades a superar en esta etapa estarán presentes en tanto en cuanto los padres discrepen en la toma de decisiones, no haya una adecuada adaptación de los padres a esta fase, y estos no entiendan la “rebelión" del hijo como forma de expresión de su individuación.
El reencuentro de la pareja.
El reencuentro, en su más pura intimidad, de la pareja. Los hijos ya no están en casa y el periodo laboral está llegando a su fin. Es época de reorganización y reutilización de los recursos, del apoyo a los hijos, del cuidado de unos padres ya mayores, de la adaptación a la vida sin hijos y a la disposición de libertad para afrontar nuevos proyectos y a la preparación para los reveses de la vida.
La aceptación de la edad. La última etapa, a la que se debería llegar con la satisfacción de haber ido abordando los cambios, retos y deseos conforme a nuestro criterio. Es época de reconciliación, de dejarse cuidar por los hijos, adaptándonos al propio deterioro físico y a las dolorosas pérdidas familiares. Llegar al final de nuestra vida habiendo puesto nuestra intención en vivirla de forma auténtica, a través de nuestra satisfacción, nos acercará sin duda a lo que llamamos bienestar y felicidad.